El movimiento estudiantil en Chile, o
la marcha de “los pingüinos”
La historia de cuando miles de
estudiantes tomaron sus colegios, hablaron fuerte y remecieron los cimientos
del poder institucionalizado.
En esta ficha se plasma la experiencia de Natalia
Núñez, alumna de último año de enseñanza media. Ella participó en el movimiento
estudiantil realizado durante el año 2006 en Chile y que fue denominado el
movimiento pingüino.
Este fenómeno llamó la atención tanto por sus
demandas, como por su forma. Los pingüinos lograron llevar adelante una
movilización con la simpatía del conjunto de la sociedad, utilizando los
métodos más democráticos que tenía a su alcance, obviando la violencia y
revelando a un grupo de dirigentes muy jóvenes pero, a su vez, con credibilidad
y representatividad.
La entrevistada cuenta, desde su perspectiva, la
evolución del movimiento, las causas que llevaron a su debilitamiento y la
latencia de sus demandas.
En este texto, como en todo este cuaderno, es
posible observar que la gran traba a una buena calidad de educación en Chile
sigue siendo la equidad y la posición del Estado frente a ello.
El “movimiento de los pingüinos”1 fue el nombre que recibió el
movimiento estudiantil secundario en Chile durante el año 2006. Este movimiento
se inició como una toma de colegios (al terminar el primer semestre del año
escolar), que reclamaba una mejora sustancial de las condiciones infraestructurales
en que se desempeñaba la enseñanza, pero también, desde el principio, apuntaba
a reformular la calidad de la enseñanza y el rol del Estado como agente en
dicho proceso.
El diagnóstico que hacían los propios estudiantes
era el de una crisis aguda en la educación chilena y un colapso total en el
sistema público. Para enfrentar dicha crisis se debía apuntar al enfoque que la
sustentaba. Esto es, la dependencia municipal de los establecimientos, que
hacía evidente una creciente brecha entre los colegios de sectores más pobres y
los que poseían más recursos (ubicados en sectores con municipios más
adinerados). También, el Estado debía afrontar la educación con políticas a
largo plazo más profundas y hacerse cargo de asegurar una calidad necesaria para
el mundo de hoy.
El movimiento contó con la cercanía y simpatía de
casi todos los sectores sociales del país, incluso, suscitó una amplia crítica,
por parte del mismo gobierno, sobre el tema de la educación. Amplió su radio de
acción a las universidades e institutos profesionales, que tomaron en
consideración y reclamaron conjuntamente, (ya sea paralizando o apoyando las
movilizaciones) acerca del enfoque que debía tener la educación chilena.
En concreto casi el 90% de los colegios de Santiago
adhirieron directa o indirectamente a la movilización convocada por los voceros
del movimiento (colegios privados y municipales). Uno de los rasgos más
notables fue la coherencia en la acción que mostró el movimiento durante todo
el proceso y la representatividad que demostraban sus líderes.
El “movimiento de los pingüinos”, en cierto
sentido, fue un llamado de atención en varios puntos: el primero de ellos,
indudablemente, dice relación con el contenido y la realidad de lo que
demandaba, pero también sobre la acción política efectiva, la forma de
organizarse y de democratizar un movimiento. Quizás estos últimos aspectos
tocaron la conciencia de la ciudadanía de una manera profunda y abrieron la
credibilidad del accionar estudiantil en muchos sentidos.
Natalia Núñez es quien nos relata su experiencia,
ella fue una de las estudiantes que participó del movimiento, estando en su
liceo, en número 11 en la comuna de Las Condes. Ella cursaba tercero medio (17
años) y estaba a dos años de terminar su proceso de formación escolar. Quizás,
a su corta edad, aún no tenga conciencia de los momentos que se vivieron, y de
las repercusiones obtenidas en el ciudadano común, en la clase política y otros
dirigentes. Quizás todavía no sepa lo que significó este movimiento para los
que se identificaron con él. O quizás si lo sepa por haber participado en él.
1. El movimiento como
ruptura, el momento separado de todo
“El conflicto ya es pasado. Tengo que recordar”,
nos dice Natalia. “Parece que pasó hace tiempo”. Esa es la primera impresión que
se le viene a la cabeza al ser consultada, en forma general, por lo sucedido en
el conflicto estudiantil. Aquel que aconteció en Chile en el año 2006. El que
pospuso de manera inesperada la normalidad santiaguina volviéndola más tensa,
en el transcurso de un semestre. El primero de ese año. Ella recuerda ese
episodio que marcó profundamente su vida y la de muchos en este país. Lo hace,
sin embargo, como quien quisiese encontrar algo que quedó en alguna parte, un
tanto alejado de la vida cotidiana. Ella piensa, por un momento, hasta que
sonríe. Parece ser el instante en que ella puede hablar, el instante en que, lo
que buscaba, ha salido al encuentro también para nosotros.
“Y sin embargo no fue hace tanto como parece”
reflexiona al poco rato la estudiante que hoy se encuentra en cuarto medio,
ultimo año de la enseñanza secundaria y antesala del mundo del trabajo o de la
universidad. No fue hace tanto tiempo pero sin duda ya es pasado, porque lo que
ahí se vivió simplemente ya no corresponde con la cercanía de lo que hoy se
vive. Simplemente resulta lejano en la medida en que “ya no se vive así, ya no
se trabaja así, ya no se comparte así. “Antes éramos más unidos y peleábamos
por cosas que nos afectaban a todos. Hoy ya no, por eso, ya no hay movimiento”
nos sugiere como advertencia.
¿Y los temas y demandas, terminaron?- preguntamos-
“No, para nada, simplemente que ya no está presente la motivación y la
organización para encararlas como se hacía entonces. Hoy los intereses son
otros, los compañeros piensan en un futuro mejor para cada uno”. Muchos se
dedicarán a la política después de haber mostrado una alta competencia para el
oficio y así termina todo. Esto parece ser la conclusión lógica, como el
despertar en el caso del sueño. Algo que inmediatamente nos compromete con el
realismo pospuesto que se reinstala finalmente.
El movimiento significó un periodo de suspenso, de
vértigo en que se impusieron cosas memorables. Un momento en que cado uno de
los participantes pudo dar lo mejor de sí y darse cuenta de esa distancia que
los separaba de la vida cotidiana. Esa distancia marcada por la falta de
compromiso por el otro y de solidaridad.
“El movimiento fue lo mejor que ha pasado en este
país. Sobre todo por la unión que se logró” nos dice la propia Natalia. Señalando
que es, en este nivel, en dónde deben evaluarse las cosas en su justa medida,
que nos habla de la presencia de una poderosa fuerza identitaria, de una
proyección conjunta pocas veces vista en Chile en los últimos 20 años.
Este es el rasgo que resume lo que aconteció en el
movimiento. Fue el espacio inusual que se abrió como un momento en la cultura
de la normalidad santiaguina. Quizás sea esto, lo apartado del recuerdo, lo que
se muestra lejano.
2. El llamado de la
paralización, el inicio del momento
“Es a nivel de presión como se logran las cosas.
Esa es la única forma de que te escuchen”. Ella atribuye la apertura al
diálogo, en las medidas de presión y el paro. Es para ella la única forma de
comenzar una conversación de este tipo. Más bien, de situar en un mismo
escenario, a los que van a participar en él. Sin ese elemento, la alusión al
diálogo se vuelve un llamado torpe o un monólogo que no tiene más vocación que
la de perderse en el tiempo.
Es la presión la que verdaderamente ejerce el
llamado, con ella, se sitúa el hecho como tal y acuden al llamado los actores.
Es el poder el que debe sentirse interpelado por la paralización, el que debe
poner una atención renovada, es decir, reconocer un acontecimiento nuevo y
salir de la inercia que le provee el control completo. “Por eso la paralización
sirve”, según Natalia como única forma de comenzar un diálogo de este tipo.
Con esa situación inicial se inaugura un tiempo de
debate y de proyección “bastante inestable”. En ese lugar se cruzan diferentes
voces que finalmente sobrepasan el sentido del movimiento. Natalia, pese a su
corta edad mide con realismo esta instancia. Para ella quizás no es esperable
que suceda otra cosa. El llamado está hecho, aparece la palabra. Pero el
movimiento encuentra su equilibrio en condiciones que son precarias por
naturaleza. De por sí, debe cumplir con la vocación del llamado esperando que
“otros “, se hagan cargo una vez situado el trasfondo de todo el problema.
El movimiento como tal se centra en demandas que
poco a poco se diversifican, se desordenan y terminan por acabar con la
dinámica y el significado en que encontraban originalmente. “El movimiento
posee esa instancia poderosa en el vínculo pero precaria en duración”.
3. La estabilización
política del momento
Es clave el elemento de la presión y, en ese
sentido, la evaluación de la politización del movimiento, no es del todo
negativa, como podría pensarse al destacar un rasgo relevante del imaginario
juvenil. Para Natalia, el elemento de la política, hace que el movimiento tenga
alcances más duraderos en el tiempo. Y finalmente se canalice como una
estructura con cierta viabilidad. Sin embargo, también reconoce que dicha
implementación conlleva un cierto alejamiento de lo cotidiano del movimiento.
La vivencia se pierde en el logro de esa estabilización y en el funcionamiento
de la empresa política. Aunque ésta, gana cada vez más efectividad
organizándose a su manera.
Hay que recalcar el sentido de esto último. No se trata
de que la intromisión política desvirtúe el movimiento, se trata más bien de un
asunto de lejanía. El momento político se sitúa en otro contexto. Para Natalia
la “politización” del movimiento, por si sola, “no es algo malo ni bueno”. Ella
no comparte esa visión apresurada de las cosas. Más bien, se trata de un asunto
de niveles. La cuestión política parece modificar el escenario, como si
estuviéramos refiriéndonos a dos realidades distintas, a diferentes mundos cuyo
encuentro parece imposible. La politización se deja ver como una realidad
aparte dentro de su propia lógica, con sus propias normativas, se percibe en
este sentido, fuera “del lugar” del movimiento. La política gana a su manera
porque es escuchada en otro nivel y eso es rescatable de todas formas.
4. Cambio del lenguaje,
cambio del momento
Para Natalia la clave del movimiento también pasaba
por “medir las exigencias”. Su interpretación de los hechos apunta a que se
sobrepasaron los límites de la negociación viable. En este sentido, el mea culpa,
apunta al exceso de demandas, particularmente, “de becas para rendir la PSU”
(Prueba de selección universitaria, para ingresar a la educación superior). Una
sobre carga de exigencias cambió, para ella, el carácter del movimiento, y
terminó por disolver “lo otro”, aquella figura, que a su parecer era mucho más
viable, más unificadora.
“El interés de trasformar la educación, de
convertir la jornada completa en una jornada completa real”, finalmente
sucumbió ante esta “centralización” del movimiento en el problema de las becas.
“Peticiones desmedidas y perdida del horizonte de lo que era posible exigir en
ese momento” son los factores, que a juicio de la propia Natalia, significaron
el comienzo del fin.
¿Significó esto, que no se consiguieron las cosas?
La respuesta de Natalia es negativa. Se consiguieron todas las becas que se
necesitaban, todas las que solicitaron, hasta el punto que se obtuvieron en
exceso. Sin embargo, en ese mismo momento, se puede decir que el movimiento
comienza a perder su ritmo propio y a decaer como tal. La pérdida del carácter
del movimiento es lo que se vio afectado por esta situación, por este “nuevo
modo de enfocar las cosas”
5. La fuerza del momento
“La fuerza y viabilidad del movimiento venía de la
unión”, subraya Natalia. Básicamente de la unión en base a convicciones y el
trabajo dirigido en ese sentido. La fuerza del movimiento y, el hecho de que
ahí “todo era posible”, tenían como fundamento la capacidad de reactualización.
Eran las posibilidades de acción y las metas las que se revisaban a partir de
lo acordado o diagnosticado en las propias bases. Este no era un elemento
“característico” del movimiento, algo así como su peculiar forma, sino más
bien, su centro de gravedad. “El movimiento coordinaba todas las proyecciones,
los análisis, las pautas de acción en distintos niveles”. A partir de ahí
concurrían, en base a esa misma solidaridad, a reformular las mismas
condiciones de trabajo. El movimiento “sacaba su fuerza del suelo en que se
apoyaba”. La solidaridad era su punto de partida y de llegada. Al centrarse las
demandas y contraponerse un tipo de acción, en base a intereses más
“inmediatos”, el movimiento perdió su fuerza y “se transformó en otra cosa”.
El compañerismo, la colaboración entre pares, la
democratización de las bases y la representatividad de los líderes (uno elegido
en cada nivel de curso y colegio) hacían que todo funcionara con fuerza.
Estos elementos hacían que el trabajo y las metas
se mantuvieran unidos en un ambiente de transparencia y de certidumbre, en la
incidencia de lo realizado en el ambiente social. “Todo esto, hacía del
movimiento algo difícil de derrotar”.
6. La debilidad del
momento
Integración y diferencia en todos los niveles
(cursos, colegio, agrupación de colegios comunales, regionales, nacionales)
eran componentes esenciales en la articulación de estas prácticas. Estos
componentes daban vida a la posibilidad de democratizar el accionar.
Las demandas “inmediatas” cambiaron la forma del
movimiento. Al alterar su lenguaje, lo hicieron parte del grupo de demandas
naturales con que debe contar todo individuo en su progreso material. Esta
nueva perspectiva de las cosas, se entendió como una nueva etapa y por ello
finalmente, el movimiento se cerró sobre sí mismo. Hay que ser reiterativos en
este punto, lo que era el movimiento, su forma de ejercer poder y de
organizarse internamente, fue el producto del modo en que se ejercía la
solidaridad. Y los vínculos para la acción. Una vez que estos se modificaron,
afectaron la lógica y la interacción con la consecuencia de “desencanto”.
7. La forma del momento en
el marco de lo que se buscaba
El movimiento estudiantil articulaba sus demandas
principales: “el cumplimiento de una jornada completa con talleres, el
mejoramiento de la calidad de la educación, el pase escolar gratuito para toda
la enseñanza secundaria, el mejoramiento considerable de la infraestructura
educacional”. Básicamente en condiciones de revisión completa de los objetivos
de la educación en Chile y del rol que le competía al Estado en dicho proceso.
No hay que olvidar que una gran parte de las
demandas señaladas por los propios estudiantes, se encontraban supeditadas a
una revisión del “enfoque municipal” (es decir una división de los colegios y
liceos según la comuna en que se encuentran, con los fondos y dirección de los
municipios respectivos a dichas comunas) que aborda como paradigma a la
educación escolar en Chile. El tema de fondo que agrupaba todas estas demandas
pasaba por una revisión completa del sistema en Chile, por una reinterpretación
de sus fundamentos más básicos. Esto, no podía hacerse, sino en una estructura
capaz de sostener el diálogo de esta manera. Esta forma de ejercer el poder
debía, por tanto, resguardarse y ser altamente “reconstructiva” y “productiva”
en su manera de mirar las cosas. Nada mejor que un sistema organizativo que
diera cuenta de esta forma de hablar desde su interior en el seno del
movimiento.
La forma en que se planteó el diálogo, el
acercamiento al poder, característico de este movimiento, buscaba generar un
medio con alta capacidad de autorreflexión. La invitación era a que el Estado
tomara en consideración al sistema educacional en su conjunto y, eso sólo podía
lograrse, en el marco de este movimiento y con esas características. En un
movimiento que hablara desde “este lenguaje” que se consideraba necesario
Natalia recalca que el hecho de esta viabilidad, la
realización de las cosas de esta manera “depende siempre de hacerse escuchar
como lo hizo este movimiento y no en las demandas particulares que de él
surgieron posteriormente cerrando el diálogo. Sobre este mismo asunto ella
agrega, “nada de lo “concreto” cambió”. Esto último podría parecer como una
contradicción al lado de las reivindicaciones que ella misma reconoce que se
lograron, dentro del proceso mismo de negociación. Pero no lo es, “las cosas
concretas que ameritaban perder clases y atrasarse” debían ser las cosas del
acceso a la educación, del enfoque global y los grandes objetivos que debe
plantearse el Estado en dicha materia. Cuestiones que, nos dice Natalia, siguen
aún pendientes. “Porque lo importante eran las demandas de fondo”, demandas que
tendrán que resolverse, en algún plazo no muy lejano cuando el movimiento tome
la forma necesaria para dicho proceso.
8. El movimiento no ha
terminado, ¡¡el momento sigue latente!!
“La forma de ejercer poder”, sigue latente. De
alguna manera el movimiento estudiantil conoce las vías para enfocarse en esta
dimensión del problema, en la cual se debaten las cosas de fondo de la
educación. Sabe conducir este proceso, porque es producto de la fase
organizativa del movimiento estudiantil. En un comentario bastante sugerente
Natalia nos señala que “el movimiento no ha terminado” que se encuentra en una
especie de receso o mejor dicho, en un estado de quietud, dada la normalización
y la individualización de la vida diaria. Pero es esperable, que en un plazo no
determinado con exactitud, se rearticule generando las consecuencias conocidas
por todos.
Comentario: Según la propia Natalia, el trabajo del
movimiento tuvo dos fases: “la fase propia del movimiento, de los grandes
temas, y la parte de la negociación de los beneficios concretos”. Esta última
parte es la de la salida del movimiento, la parte que, si bien es importante,
pertenece a otro ámbito de cosas, a otra forma de entenderse con el conflicto.
Este ámbito es el de los requerimientos de las demandas por mejoras en las
becas, dinero para los colegios, para infraestructura.
La primera fase es la que plantea el tema de la
desigualdad en la educación chilena, que busca replantear el tema de la calidad
y la preocupación del Estado en dicha calidad. En esta definición es en donde
al Estado le compete pronunciarse sobre su rol en la participación de la
educación. En esta definición se juega también la forma en que el Estado se
concibe a sí mismo. Si pretende ser un agente regulador del mercado y las
oportunidades o si prefiere potenciar propuestas de largo alcance para el país.
Participar de los grandes temas significa encarar
el poder desde un punto de vista diferente al técnico. Significa entrar en un
plano de auto definición y observación del conjunto, que requiere el compromiso
con la “amplitud” del espectro social. Requiere a su vez, apertura a la confrontación
por sobre el simple acuerdo. En esta definición se señala en resumen si el
Estado pretende hablar desde una posición más bien autoritaria y conocedora
desde el punto de vista técnico o si pretende dar una amplia cabida al juego de
los distintos poderes que son capaces de generar los actores.
Las consecuencias de este acontecimiento son
amplias para el ejercicio del poder democrático en Chile. De éste dependerán
las instancias de participación y su real identificación con los órdenes de
poder que recorren la sociedad. Dependerán también, además del acercamiento
entre sociedad y Estado, el desarrollo de rasgos participativos que dicen
relación con el sentido que pueda tener para la ciudadanía el ejercicio del
poder.
Notas
1:
Se le llama pingüino, al estudiante típico chileno de secundaria por utilizar
chaqueta, camisa y corbata
Publicado el 10 de Octubre de 2007 en http://www.institut-gouvernance.org/en/analyse/fiche-analyse-348.html
Publicado el 10 de Octubre de 2007 en http://www.institut-gouvernance.org/en/analyse/fiche-analyse-348.html
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